UN ANALISIS CERTERO
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Bolivia 2011: el año de la inflexión
Infolatam
La Paz, 7 diciembre 2011
Por Fernando Molina
La Paz, 7 diciembre 2011
Por Fernando Molina
(Especial
para Infolatam, por Fernando Molina).- 2011 pasará a la historia política de Bolivia como un
año de inflexión: el momento en que la hegemonía de la que gozaba Evo Morales
desde fines de 2008 enseñó sus primeras grietas. El año en el que la
popularidad del Presidente pasó de más del 60% a poco más del 30%. En el que
por primera vez el partido oficial (MAS) no fue “el fenómeno” de una elección
(la judicial, que se realizó en octubre), sino que la perdió. El año en que el
discurso del oficialismo –nacionalista, por un lado, e indianista, por el otro–
se mostró inauténtico y desconectado de su actuación real.
Terminado
2011, el MAS sigue siendo el partido más fuerte del país, pero ya no parece
invencible. Si antes era “el” partido de los movimientos sociales, y por tanto
su gobierno era también el de éstos, ahora aparece como representante de “unos”
movimientos sociales, los campesinos, en contra o en conflicto con los demás.
Si había
sido el partido de los desposeídos en revuelta contra “la oligarquía
neoliberal”, una vez en el poder se convirtió en el representante de las nuevas
burocracias que crecieron a la sombra del estatismo que implantó. Vencidas las
élites que habían dirigido el país, la revolución política cumplió, al mismo
tiempo que agotaba, su curso natural.
Dar un paso
más hubiera significado pasar de la revolución política a la revolución
socioeconómica, para la que no existen condiciones en un país en la que la
propiedad (no así el ingreso) está fuertemente distribuida, los revolucionarios
no son obreros sino pequeños propietarios y el único emprendimiento de
consideración, la extracción de gas, ya se halla en manos del Estado.
Protestas
contra Evo Morales en Bolivia
Así que, alcanzado
el horizonte de la revolución política (los últimos juicios a ex funcionarios
neoliberales aumentan la cifra de la crueldad y culpabilidad del Gobierno, pero
no le suman a éste un efectivo apoyo político), en 2011 comenzó una nueva
etapa, el momento de gestionar el capitalismo de Estado o “capitalismo
político” que el proceso sacó de los desvanes de nuestra historia y volvió a
poner en vigencia.
Comenzó
también el fracaso. El modelo estatista que se había considerado una panacea
universal tampoco es capaz (y hubiera bastado leer un poco de historia para
saberlo) de resolver los problemas estructurales del país: la adicción a los
recursos no renovables, la dependencia de la inversión extranjera para explotar
estos recursos, la falta de rentabilidad de la mayor parte de las actividades
económicas no asociadas a la extracción; la carencia de recursos humanos, tanto
para producir como para gestionar el aparato público; la organización de la
sociedad en corporaciones (entre ellas los movimientos sociales) que tienen
como principal objeto el acaparamiento de rentas extractivas y la defensa de
privilegios en contra de cualquier iniciativa que los enfrente a la necesidad
de compartir o competir.
Ante estos
obstáculos, ¿qué pueden hacer los gobernantes actuales más que ocuparse de las
necesidades, no ya de la centuria, sino de la hora? La economía boliviana vive
un momento sin paragón histórico por los altos precios de las materias primas,
pero la industria extractiva, la vaca de donde salen las correas, tiene serios
problemas: poca exploración e inversión, mucho gasto en subsidiar carburantes
para el mercado interno.
El Gobierno
quiso resolver estos problemas con un aumento del precio de las gasolinas que
tiró la popularidad de Morales por debajo del 50%, aunque pronto tuviera que
desdecirse. El daño simbólico, sin embargo, ya estaba hecho y era muy alto. El
“Presidente de los pobres” había querido subir la gasolina en 80%, sin tomar en
cuenta que los hogares de menos ingresos gastan hasta el 50% de sus presupuestos
en transporte. Y, lo que es peor, justificando la medida en la necesidad
de que las petroleras “ganen más”.
Otra
necesidad coyuntural (y una demanda de un movimiento social, el más importante,
el de los cocaleros al que pertenece el Presidente), fue construir la carretera
entre Beni y Cochabamba a través de un territorio indígena que a la vez es
parque nacional. La obstinación presidencial en hacerlo a pesar de la oposición
de los indígenas del lugar y de los ecologistas, abrió otro grave boquete al discurso
oficialista, que se mostró al público como brutalmente desarrollista.
En suma, en
2011 quedó claro que el llamado “proceso de cambio” sembró dragones, pero
cosechará pulgas. En las condiciones bolivianas, no hay que reclamarle tanto
por lo segundo como lo primero. Es decir, que prometiera lograr objetivos
avanzadísimos por vías trilladas, y penosas antes que eficientes.
Por este
pecado, el “aura” de Morales, o, como decimos en estas tierras, su “ajayu”, es
decir, eso que aseguraba y al mismo tiempo proyectaba su integridad espiritual,
ha comenzado a disiparse. El “líder espiritual de los pueblos” es hoy tan sólo
un político más: astuto, egoísta y poco confiable como la mayoría de los que
nos han gobernado. Sus limitaciones y confusiones personales e ideológicas, que
en el pasado se escondían detrás de una carismática influencia sobre las masas,
afloraron de repente, con el efecto de desordenar la actuación del Gobierno y
de mostrar que, en “el tiempo de las pequeñas cosas”, se necesita de contables y
tinterillos, no de peleadores sociales.
En una
palabra: En 2011, Morales dejó de corresponder con los tiempos.
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