Elecciones bolivianas: el fin de la polarización
Elecciones bolivianas: el fin de la polarización
Infolatam
La Paz, 27 septiembre 2014
Por FERNANDO MOLINA
La Paz, 27 septiembre 2014
Por FERNANDO MOLINA
Desde que Evo Morales irrumpió en el
escenario político boliviano, con sus propuestas estatistas, su exaltación de
lo indígena y sus críticas a la gran propiedad privada, la oposición a
este nuevo fenómeno histórico se expresó bajo la forma de movimientos
“anti-evistas” que, en las elecciones de 2005 y 2009, agruparon a alrededor del
35% de la población en torno suyo, con una posición que sumaba el
liberalismo, todavía atractivo para las clases medias, al miedo a una intentona
socialista, que atenazaba sobre todo al departamento más próspero del país,
Santa Cruz, y a la desconfianza que los mestizos acomodados sentían respecto
del alcance que el emergente empoderamiento indígena podría llegar a tener.
Así, en cada una de estas dos elecciones la
población boliviana se dividió entre una mayoría nacionalista y una minoría de
asustados por lo que esa mayoría podía llegar a hacer, tanto en el área
económica como en cuanto a su “revancha” de las ofensas centenarias a las razas
originarias.
Hay claros síntomas de que este tipo de
polarización ha desaparecido y por tanto no guiará las
decisiones de los votantes el próximo 12 de octubre. Ocho años de gobierno de Morales han
adecuado a la población, y en especial a la población de Santa Cruz, a un
modelo económico y una forma de hacer política que, con virtudes y defectos, en
todo caso están lejos de la imagen que de ellos tenían los sectores más
resistentes al cambio. El suyo ha sido un gobierno sin demasiadas ganas
de socializar la propiedad, excepto cuando se trataba de la propiedad de los
recursos naturales o la de sus enemigos políticos (por ejemplo,
nacionalizó una fábrica de cemento de Samuel Doria Medina, el
principal candidato de la oposición en estas elecciones). Y si nos saltamos los
discursos, ha mostrado menos ganas todavía de aplicar el paradigma indigenista
del “vivir bien”, el cual, como se sabe, desprecia el desarrollo económico en
aras de la armonía ambiental y social.
Por el contrario, gracias al boom de las
exportaciones de gas y minerales, y con el abierto empuje del Estado –que en
este tiempo se ha triplicado–, los últimos diez años han sido el
escenario del más formidable proceso de expansión capitalista de la historia
del país. En este lapso el PIB ha crecido a un promedio de 4,8% anual,
pero la construcción y la banca lo han hecho a un ritmo aún más acelerado.
Santa Cruz, el bastión de las élites que fueron defenestradas por el evismo, está
creciendo entre dos y tres puntos por encima del promedio nacional, con lo que se
ha convertido en una de las regiones más dinámicas de Latinoamérica.
Si durante una parte de su gestión Evo
Morales tenía como costumbre nacionalizar una empresa trasnacional
cada 1 de mayo, esa “tradición” se ha abandonado hace un par de años. Por el contrario, el
gobierno está procurando atraer inversiones extranjeras incluso en el área más
delicada para la sensibilidad nacionalista, que es la de los hidrocarburos. Y
si en el pasado Morales persiguió a algunos de los líderes de
la industrias agropecuaria de Santa Cruz, que en ese momento se oponían
crudamente al mando del líder cocalero, ahora ha llegado a acuerdos de
convivencia pacífica con los que quedaron en Bolivia, y adoptó un plan decenal
de desarrollo agropecuario que, para gran inri de los ecologistas, busca
multiplicar por siete los dos millones de hectáreas de soya con que se cuenta
actualmente.
La gestión económica del Presidente
probablemente no sea sostenible, pero hasta aquí ha sido suficientemente
exitosa como para explicar que entre el 70 y el 80% de los entrevistados en
distintas encuestas crea que el país “va por buen camino”, lo que se relaciona
directamente con la clara mayoría de Morales en la intención de voto, que es
superior al 50%. En lo que le ayuda, sin duda, la patente injusticia de las reglas
electorales, que conceden al gobierno la posibilidad de usar los logros de la
gestión como propaganda electoral, y que no corrigen la enorme diferencia de
posibilidades propagandísticas y control de los medios que separa a los
oficialistas –que manejan los medio estatales y una buena parte de los
privados– del resto de los candidatos.
Si la polarización asimétrica entre una mayoría
evista y una minoría fuertemente antievista siguiera existiendo, el candidato
opositor que tendría que figurar como el principal retador de Morales sería
el ex presidente Jorge Quiroga, quien sin embargo está bastante
detrás de Doria Medina. El derechista Quiroga, quien no
hacía política activa hacía mucho, se posesionó rápidamente apenas después de
entrar en liza, apareciendo en las encuestas con alrededor del 7% de la
intención de voto; sin embargo, los estudios de opinión señalan que el segmento
(radical) dentro del que puede crecer no supera el 10% de los votantes.
Por esta razón, mejores posibilidades tiene
el centrista Doria Medina, quien no ha formado parte de la polarización en
el pasado y, por el contrario, fue víctima de ésta en las dos elecciones
precedentes. Pese a haber sufrido personalmente los rigores del gobierno de Morales, Doria
Medina no despliega un discurso virulento en contra de éste; admite
algunas de sus contribuciones, sobre todo su aporte al mejoramiento de las
condiciones de los indígenas, y hoy concentra su oferta en la creación de
oportunidades económicas individuales, de modo que la bonanza macroeconómica no
se agote en el hinchazón de la infraestructura del país ni se dilapide en los
proyectos faraónicos del Presidente, tales como la petroquímica o la producción
de energía nuclear.
Como señal definitiva de que la polarización aguda
ha desaparecido tenemos el hallazgo de los estudios de opinión de que los
potenciales votantes por Evo se reservan como segunda opción a Doria
Medina, y viceversa.Esto significa que la parte principal de la
oposición boliviana ya no se erige sobre el antagonismo con el proyecto
diseñado por Evo, sino sobre las dudas que Evo mismo despierta ante la
población que, por otra parte, coincide abrumadoramente con él en cuanto a las
características que debe tener la sociedad boliviana (un Estado fuerte,
nacionalización de los recursos naturales, desarrollismo, apropiación libre e
individual de la bonanza actual).
Esta es la explicación de
la ventaja de Doria Medina sobre Quiroga, pero a
la vez de la debilidad general –por lo menos en el corto plazo– de la oposición
boliviana, pues es obvio que mientras haya consenso sobre un tipo de
crecimiento y de organización social, los beneficiarios del mismo en las
elecciones sean los autores, o al menos los principales impulsores de este
consenso.
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