UN FUTURO
CIDAC. (México)
México, 24 marzo 2014
Por LUIS RUBIO
México, 24 marzo 2014
Por LUIS RUBIO
(CIDAC. México).- Hace más o menos 25
años, Mariano Grondona,
perspicaz observador argentino, explicaba su escepticismo sobre las reformas
liberalizadoras de aquella era. Su argumento era doble: por un lado, decía,
“venimos de unas décadas en las cuales se llegó a pensar que el Estado es la
panacea… ahora corremos el riesgo de creer que sea el mercado esa panacea”. Por
otro lado, se preguntaba si “¿es el capitalismo un movimiento que cuando
suspendamos los controles emerge naturalmente?… América Latina tiene raíces
culturales que no son capitalistas. Nuestra estructura está basada en la
familia, no en la sociedad. Nuestra idea es que la familia es el modelo y el
Estado es como el padre protector de una gran familia. De ahí venimos. Y no
creo que eso pueda cambiar simplemente con sacar las reglas y dejar que el
mercado opere mágicamente”. “Lo que ha muerto es creer que el Estado lo va a
arreglar todo”.
Veinticinco años y
muchas crisis después, las palabras de Grondona me siguen impactando. No sólo anticipaba con
clarividencia los problemas de su propio país, sino que su escepticismo ha sido
bien justificado. Aunque es innegable que, al menos en algunos países,
comenzando por México, ha
habido un gran progreso material en estas décadas, también es evidente que
estamos lejos de haber consolidado un camino sólido hacia el crecimiento y el
desarrollo.
México ha logrado
consolidar un poderoso motor de crecimiento en las exportaciones pero se ha
rezagado dramáticamente en el mercado interno. Dos cosas ilustran lo anterior:
una es, simple y llanamente, las diferencias en el crecimiento de la
productividad; mientras que las empresas y sectores exportadores muestran
espectaculares tasas de crecimiento de la productividad, el sector
manufacturero tradicional experimenta una productividad negativa año con año.
Así, aunque el
promedio de crecimiento en la productividad se ve tétrico, ese número esconde
más de lo que revela, y lo que revela es un problema político y social que
sucesivos gobiernos han estado indispuestos a atacar: han preferido el statu
quo, así implique éste un empobrecimiento sistemático, que el riesgo del
proceso de cambio y ajuste que sería necesario llevar a cabo para darle una
oportunidad de crecimiento a esa economía rezagada. La preocupación por el
riesgo es razonable, toda vez que algo así como el 80% de la población empleada
en manufacturas se concentra en la economía “vieja”, pero las consecuencias de
seguir por ese camino no son nada promisorias: baste ver otros casos al sur del
continente.
…
El gobierno actual
está intentando construir un nuevo motor de crecimiento en la forma de gasto
público deficitario e inversión en infraestructura. No se trata de una forma
innovadora de promover el crecimiento pero, dado el evidente déficit en
infraestructura que padece el país, todo ayuda. El problema radica en otra
parte: como vimos entre los setenta y los noventa, ese no es un motor que pueda
ser perdurable porque entraña el riesgo de exacerbar el crecimiento de las
importaciones y, con ello, una crisis cambiaria. Con esto no pretendo ser
catastrofista: con mesura todo funciona; pero los antecedentes históricos no
son generosos en pruebas de mesura y moderación.
La viabilidad de
largo plazo de la economía reside en algo que Grondona entendía muy bien: la
única forma de lograr el desarrollo es mediante la constitución de un mercado
fuerte y de un Estado fuerte, ambos en contrapeso, limitando los excesos de
cada uno. Un mercado fuerte impide que el gobierno se extralimite y emprenda
políticas contraproducentes y costosas. Un gobierno fuerte establece reglas del
juego para que el mercado pueda funcionar con eficacia. Todos los países
exitosos tienen una buena combinación de estos dos factores.
Simplificando, sin
afán de generalizar en exceso, me parece que hay dos tipos de países: los que
cuentan con un equilibrio entre Estado y mercado (equilibrio muy distinto en
Hong Kong que en Francia, pero ambos con mercado y gobierno fuertes) y los que
no lo tienen. Muy pocos países han
logrado transitar de estructuras económicas y estatales precarias a un mercado
consolidado. La crisis europea de los últimos años ha exhibido tanto la
ausencia de equilibrio en algunas naciones (vgr. Grecia) como lo insostenible
del equilibrio existente en otros (vgr. España).
Pero sólo un puñado
de naciones ha logrado una transición exitosa: ejemplos evidentes son Corea y
Chile. La fortaleza de estas dos naciones reside en haberse dedicado a
construir los cimientos y andamios de una economía y Estado modernos. Cada uno
siguió su camino particular y ninguno fue libre de abusos y violencia, pero
ambos tienen algo importante que enseñarnos. La pregunta es por qué nuestra
propensión a querer imitar casos perdedores (o, al menos, no ganadores) como
Brasil, en lugar de observar a los que han dado el gran salto. Ese es nuestro
reto y si el gobierno no lo intenta, acabará igual que todos los anteriores.
www.cidac.org
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